Les llaman manías o costumbres. Usos, tradiciones… ¿Tiene que ver con el género? ¿Es cuestión de hombres y mujeres? ¿De sensibilidad? ¿Por qué los hombres somos más desastres y dejamos todo por en medio? ¿Por qué ellas conducen más lentamente o de manera menos consciente? ¿Por qué nos encanta la velocidad? ¿A qué huelen las nubes?
No tengo la más remota idea. Pero cada vez que me voy a Alicante, cuando llego a la desviación donde se opta por ir, bien por Xixona, bien por la autovía, siento el impresionante y presionante gusanillo de bajar por la Carrasqueta. Normalmente me entra otro ataque de prudencia y de sentido común y escojo la flamante autovía de Ibi. Pero el otro día me desplacé a la playa de Sant Juan, y en ese mismo cruce… me dije: Oh, Yes! La Carrasqueta. Y allá que cogí sus curvas para arriba, para abajo, trazándolas, imaginando ser Fernando Alonso, esquivando moteros asesinos, produciendo en mi cerebro historias de ficción de homicidios y enterramientos a lo Tarantino junto a la gasolinera… ¡Qué paz! ¡Qué sensación de libertad! ¡La Carrasqueta! ¡Qué vistas!... Qué cola provoca esa camioneta… no puedo adelantar hasta dentro de diez kilómetros… Es lo que tiene la Carrasqueta. Y al día siguiente, de vuelta a las montañas rocosas, tengo una nueva tentación…. Y ¡Zas! Subo la Carrasqueta sin cambiar de marchas… esquivo moteros locos, diviso las vistas del mar y paso a toda pastilla ese cambio de rasante que hay en La Sarga que tanto gustito da a la barriguita.
Son manías del género masculino. Porque me consta que a mi padre ya le pasaba, y seguro que tú, macho ibérico que lees este artículo, lo has hecho más de una vez. Y sino, a la próxima, lo probarás. Porque contra esto no se puede luchar. El poder de la Carrasqueta, el desorden, el caos: Los Hombres. Ir por Ibi es demasiado ñoño.
No tengo la más remota idea. Pero cada vez que me voy a Alicante, cuando llego a la desviación donde se opta por ir, bien por Xixona, bien por la autovía, siento el impresionante y presionante gusanillo de bajar por la Carrasqueta. Normalmente me entra otro ataque de prudencia y de sentido común y escojo la flamante autovía de Ibi. Pero el otro día me desplacé a la playa de Sant Juan, y en ese mismo cruce… me dije: Oh, Yes! La Carrasqueta. Y allá que cogí sus curvas para arriba, para abajo, trazándolas, imaginando ser Fernando Alonso, esquivando moteros asesinos, produciendo en mi cerebro historias de ficción de homicidios y enterramientos a lo Tarantino junto a la gasolinera… ¡Qué paz! ¡Qué sensación de libertad! ¡La Carrasqueta! ¡Qué vistas!... Qué cola provoca esa camioneta… no puedo adelantar hasta dentro de diez kilómetros… Es lo que tiene la Carrasqueta. Y al día siguiente, de vuelta a las montañas rocosas, tengo una nueva tentación…. Y ¡Zas! Subo la Carrasqueta sin cambiar de marchas… esquivo moteros locos, diviso las vistas del mar y paso a toda pastilla ese cambio de rasante que hay en La Sarga que tanto gustito da a la barriguita.
Son manías del género masculino. Porque me consta que a mi padre ya le pasaba, y seguro que tú, macho ibérico que lees este artículo, lo has hecho más de una vez. Y sino, a la próxima, lo probarás. Porque contra esto no se puede luchar. El poder de la Carrasqueta, el desorden, el caos: Los Hombres. Ir por Ibi es demasiado ñoño.